Estados Unidos ha vuelto a mover ficha en su batalla estratégica por el control de la industria de los semiconductores, y lo ha hecho apuntando directamente contra su socio más relevante a nivel global: Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). La compañía, que concentra más del 70 % de la producción mundial de chips avanzados, perderá a partir del 31 de diciembre de 2025 la exención que le permitía importar equipos estadounidenses a su planta de Nanjing, en China.
La medida, firmada por el presidente Donald Trump, coloca a TSMC en la misma situación que otros gigantes tecnológicos como Intel, Samsung, SK Hynix o ASML, obligados ya desde hace meses a tramitar licencias para cada máquina, repuesto o actualización que cruce las aduanas estadounidenses.
Fin del trato especial para TSMC
Durante meses, TSMC había gozado de una ventaja relativa gracias a una autorización especial que le permitía mantener sin trabas el suministro de equipos a su fábrica en territorio chino. Esa planta, centrada en nodos de 16 a 12 nanómetros, produce chips considerados “maduros”, lejos de la vanguardia de 3 nm que alimenta smartphones de gama alta y centros de datos de inteligencia artificial.
Sin embargo, Washington no quiere dejar ningún resquicio. Aunque no sean de última generación, estos semiconductores siguen siendo críticos para la industria china, ya que sirven como base para escalar procesos y mantener a flote una cadena de valor que Pekín trata de impulsar con urgencia.
El mensaje estadounidense es claro: no habrá excepciones, ni siquiera para la fundición más estratégica del planeta.
Impacto limitado en ingresos, fuerte en lo político
La planta de Nanjing apenas representa un 3 % de los ingresos de TSMC. Sin embargo, el efecto de la decisión trasciende lo económico. El golpe es político y simbólico.
Por un lado, demuestra que Washington está dispuesto a presionar incluso a sus aliados más cercanos si eso implica reforzar el cerco a China. Por otro, lanza un aviso al resto de la industria: la política de semiconductores de EE.UU. se rige por criterios de seguridad nacional antes que por consideraciones comerciales.
Tras el anuncio, las acciones de TSMC retrocedieron entre un 1 % y un 2,3 %. Una caída moderada si se compara con las pérdidas más abultadas que experimentaron competidores como SK Hynix, Samsung o Intel en situaciones similares.
Una estrategia industrial a dos bandas
El endurecimiento regulatorio no se entiende sin la estrategia paralela que impulsa Washington en casa. Estados Unidos no solo busca frenar el acceso de China a la tecnología avanzada, sino también atraer fábricas y capacidad productiva a su propio territorio.
El plan combina subvenciones millonarias bajo el paraguas del CHIPS and Science Act, rescates a Intel y otros fabricantes estratégicos, e incentivos fiscales para impulsar nuevas plantas en suelo norteamericano. Los aranceles al hardware siguen sobre la mesa, aunque de momento se han pospuesto.
El objetivo es doble: garantizar que la cadena de suministro de chips de última generación no termine en Pekín y reforzar la soberanía tecnológica de EE.UU. en un sector que será decisivo para la economía y la seguridad del futuro.
TSMC entre dos fuegos
Para TSMC, la situación es especialmente compleja. La compañía ya ha comprometido cerca de 100.000 millones de dólares en la construcción de nuevas plantas fuera de Taiwán, en países como Estados Unidos, Japón o Alemania.
Esto refleja la presión que recibe por parte de sus clientes globales, que buscan diversificar riesgos ante una hipotética crisis en el estrecho de Taiwán, pero también la necesidad de no incomodar ni a Washington ni a Pekín.
China, por su parte, ve cómo las sanciones internacionales ahogan sus ambiciones tecnológicas. Aunque ha anunciado en repetidas ocasiones chips de 7 nm e incluso de 5 nm fabricados con métodos alternativos, la falta de acceso a litografía EUV —monopolizada por la europea ASML bajo control de las sanciones occidentales— limita seriamente su capacidad de producir a escala.
¿Un punto de no retorno?
La decisión contra TSMC puede interpretarse como un punto de inflexión. EE.UU. no solo quiere impedir que China acceda a la vanguardia tecnológica, sino que está dispuesto a poner bajo su paraguas regulatorio también a los grandes actores extranjeros.
El futuro inmediato dependerá de si China logra un “golpe en la mesa” que traduzca sus anuncios en producción real y masiva de chips avanzados. De lo contrario, la brecha tecnológica podría ampliarse todavía más en la próxima década, consolidando el liderazgo de Occidente en la industria de semiconductores.
Preguntas frecuentes (FAQ)
¿Qué impacto tiene para TSMC perder la exención en China?
El impacto económico es limitado, ya que la planta de Nanjing apenas representa un 3 % de los ingresos de la compañía. Sin embargo, el golpe es político y estratégico, al eliminar cualquier trato preferencial hacia TSMC.
¿Por qué Estados Unidos presiona también a sus aliados?
Porque la estrategia de Washington busca cerrar todas las vías de transferencia tecnológica hacia China, incluso si eso implica complicar la operación de socios como TSMC o ASML.
China no puede fabricar chips avanzados, ¿por qué importa tanto restringir nodos de 16 o 12 nm?
Porque estos nodos “maduros” siguen siendo fundamentales para aplicaciones industriales, militares y de consumo masivo. Además, sirven como base para que China escale procesos hacia tecnologías más avanzadas.
¿Qué significa esta medida en el contexto global?
Refuerza la idea de que la guerra de los semiconductores ya no es solo un pulso comercial, sino una batalla geopolítica que definirá qué potencias dominarán la economía digital en las próximas décadas.
vía: FT