“Se está llenando ahí arriba”: reentradas de satélites casi a diario, videos virales y el debate sobre cómo ordenar la órbita baja

Los vídeos de “estelas de fuego” cruzando el cielo se multiplican en redes sociales. Muchos muestran satélites que reentran y se desintegran en la atmósfera, a menudo identificados como unidades de Starlink. La escena impresiona y ha encendido un debate: ¿está creciendo el riesgo para la población? ¿Qué pasa con la basura espacial, el síndrome de Kessler y la expansión de las megaconstelaciones? La respuesta corta de los científicos es prudente: el riesgo individual sigue siendo bajo hoy, pero la presión sobre la órbita baja (LEO) aumenta y urge mejor coordinación internacional.

Un cielo cada vez más concurrido

La órbita baja —hasta unos 2.000 kilómetros— se ha convertido en la autopista principal de la nueva economía espacial. En 2025 orbitan la Tierra miles de satélites operativos, con Starlink como actor dominante y el resto de constelaciones (Kuiper, redes chinas en despliegue y otras iniciativas privadas) ganando ritmo. Además de los activos, hay objetos inactivos y fragmentos que no se rastrean sistemáticamente si son demasiado pequeños. El resultado es un entorno congestionado, donde la gestión del tráfico espacial y los protocolos de fin de vida (deorbitado controlado y desintegración segura) pasan de deseables a imprescindibles.

En ese contexto, las reentradas se han vuelto cotidianas: un par al día de media en 2025, con posibilidad de alcanzar varias diarias a medida que maduren y se retiren más satélites de corto ciclo. Esta frecuencia no implica por sí misma una catástrofe, pero sí eleva la probabilidad estadística de incidentes puntuales y de restos que alcancen el suelo. El conjunto pide más datos, reglas claras y cumplimiento verificable.

Por qué “caen” los satélites (y por qué, en general, no pasa nada)

La mayoría de satélites LEO comerciales se diseñan con una vida útil de 5–7 años. Al final de ese periodo, si el vehículo funciona, baja su órbita para que la resistencia atmosférica haga el resto. La reentrada no es instantánea ni 100 % predecible: el punto exacto depende de actividad solar, densidad atmosférica y actitud del satélite. La mejor práctica industrial exige diseños “demisable”: estructurar materiales y componentes para que se quemen completamente durante la caída, minimizando el riesgo de restos que lleguen al suelo.

Starlink ha hecho bandera de esa filosofía. Sus satélites están pensados para consumirse en la reentrada, de modo que el riesgo residual se asocie a piezas pequeñas que puedan sobrevivir. ¿Eso elimina el riesgo? No del todo. Es bajo, pero no nulo. Y lo esencial no es la marca, sino el volumen total de objetos que, por diseño o por fallo, terminarán reentrando.

Meteoros vs satélites: cómo distinguirlos en el cielo

Los bólidos (meteoros) atraviesan el cielo a gran velocidad y trayectorias muy agudas, con estelas breves y brillantes. Por el contrario, los satélites en reentrada suelen moverse más “estatamente”, con fragmentaciones visibles y una persistencia mayor de la traza. El brillo puede fluctuar a medida que piezas se deslaminan o se encienden al calentarse. La altitud de ruptura típica ronda los 60–70 kilómetros, aunque el máximo calentamiento se produce algo por encima. A esa altura no hay aeronaves y la probabilidad de impacto directo sobre personas sigue siendo extremadamente reducida; aun así, la preocupación pública crece cuando los vídeos se hacen virales.

El elefante en la sala: el síndrome de Kessler

En los años 70, Don Kessler planteó un escenario en el que, a partir de cierta densidad de objetos en una órbita, un choque genera fragmentos que provocan más choques en cascada. Hoy la mayoría de expertos ven la LEO lejos de ese umbral catastrófico en su conjunto, pero alertan: con megaconstelaciones de decenas de miles de satélites planificadas y con millones de fragmentos centimétricos no rastreados, un evento detonante (p. ej., una tormenta de radiación que inutilice aparatos o un choque múltiple en una capa densamente poblada) podría complicarlo todo muy deprisa. El antídoto: evitar colisiones hoy, retirar activos al final de su vida y limitar la creación de fragmentos con estándares y verificación independiente.

No toda reentrada es igual: diferencias de diseño y de conducta

La industria no es homogénea. Hay operadores que llevan años publicando planes de mitigación, probando demisabilidad y coordinando maniobras a través de redes de seguimiento. Otros acumulan incidentes de etapas de cohetes o restos de gran tamaño que han reentrado de forma poco controlada sobre áreas pobladas o marítimas. En ese espejo, los satélites de comunicaciones LEO suelen estar en el lado más seguro: masivos pero demisables, con altitudes que favorecen el frenado atmosférico en meses o pocos años. En el lado más polémico están restos orbitales grandes u objetos de órbita alta que no incorporan deorbitado planificado y vuelven décadas después, a menudo sin transparencia sobre su trayectoria final.

¿Cuál es, entonces, el riesgo real hoy?

  • Riesgo individual (para una persona, un hogar): muy bajo. Las probabilidades de que un fragmento impacte a alguien siguen cerca de cero en términos prácticos.
  • Riesgo agregado (para la sociedad): creciente en el tiempo, por volumen y frecuencia de reentradas. Cuantos más objetos entren, más ocasiones habrá de que se den incidentes (daños materiales, hallazgos de restos, cierres preventivos temporales de espacio aéreo).
  • Riesgo sistémico (para la sostenibilidad de LEO): condicional. Con buena gestión del tráfico espacial, retirada responsable y estándares comunes, el sistema puede ser gestionable. Sin reglas, el margen de error se estrecha.

Qué piden los astrofísicos y los gestores de tráfico espacial

  1. Normas globales con dientes: estándares de demisabilidad, probabilidad máxima de restos sobrevivientes y tiempos límite de retirada al final de vida.
  2. Registro y transparencia: listas públicas de objetos, planes de deorbitado y ventanas estimadas de reentrada actualizadas.
  3. Servicios de “space traffic management”: coordinación interoperable para evitar colisiones y compartir efemérides con calidad.
  4. Tecnologías activas de retirada: demostraciones de debris removal a escala, con gobernanza clara (quién paga, quién autoriza y qué se retira).
  5. Capacidad de seguimiento mejorada** para fragmentos pequeños (centimétricos), hoy no rastreados, que multiplican la incertidumbre.

¿Y los planes de expansión? Miles, decenas de miles… ¿o cientos de miles?

Además de Starlink, Kuiper (Amazon) acelera su despliegue. En paralelo, iniciativas chinas —algunas con más de un centenar de satélites ya en órbita y ambiciones de decenas de miles— avanzan en su propio ecosistema. En medio del ruido, han circulado archivos de intención de compañías emergentes con cifras descomunales. Más allá del marketing, lo sensato es separar proyectos con espectro, financiación y lanzadores de los que están en fase declarativa. En todo caso, el vector de crecimiento es claro: más satélites en menos tiempo.

Lo que sí dicen los datos (y cómo leer los vídeos virales)

  • Hay reentradas a diario y aumentarán conforme crezcan y maduren las constelaciones.
  • La mayoría de satélites LEO recientes están diseñados para quemarse por completo; el riesgo de restos existe pero es bajo.
  • Distinguir meteoros de reentradas ayuda a interpretar los vídeos: trayectorias más lentas y fragmentadas apuntan a satélites; ráfagas rápidas y muy luminosas, a bólidos.
  • Un incidente llamativo en vídeo no representa, por sí solo, un cambio de riesgo sistémico. Lo que importa es la estadística y el cumplimiento de buenas prácticas por parte de todos los operadores.

¿Qué puede cambiar en el corto plazo?

  • Más cobertura mediática y presión pública para establecer umbrales mínimos de seguridad.
  • Compromisos multilaterales (voluntarios primero, normativos después) sobre fin de vida, tiempos de retirada y publicación de efemérides.
  • Crecimiento de negocios de seguimiento, análisis y gestión de tráfico, incluyendo seguros que contemplen incidentes de reentrada.
  • Mejor comunicación con la ciudadanía: explicar qué se ve en el cielo, qué significa para su seguridad y qué están haciendo los operadores para minimizar riesgos.
When Satellites Fall: Hidden Risks Of A Crowded Sky With Jonathan McDowell

Preguntas frecuentes (FAQ)

¿Pueden los restos de un satélite causar daños al caer?
Sí, pero la probabilidad es muy baja. Los satélites LEO modernos se diseñan para desintegrarse casi por completo. Pueden sobrevivir pequeños fragmentos, con riesgo bajo pero no nulo. Lo clave es mantener diseños demisables y retiradas ordenadas al final de la vida útil.

¿Por qué ahora se ven más “bolas de fuego” en el cielo?
Porque hay más objetos en LEO y, por tanto, más reentradas. Además, los móviles y las redes hacen que cualquier suceso se comparta enseguida. Muchas estelas espectaculares son reentradas controladas o meteoros; distinguirlos evita alarmas innecesarias.

¿Estamos cerca del síndrome de Kessler?
No de forma inminente, pero el riesgo sistémico aumenta con el volumen de satélites y fragmentos. Para evitar una cascada, se necesitan normas, coordinación y retiradas activas de objetos viejos o inactivos.

¿Quién debe regular y cómo?
La ONU (a través de COPUOS) y las agencias nacionales pueden adoptar estándares comunes: tiempos máximos de deorbitado, probabilidad límite de restos, seguimiento compartido y transparencia. La verificación independiente y las sanciones por incumplimiento son esenciales para que las reglas funcionen.

vía: pinishv, tomshardware, earthsky.org, planet4589.org y Interesting Engineering

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