Europa anuncia cientos de centros de datos… pero se olvida de enchufarlos: por qué España necesita una estrategia “power-first” ya

El discurso oficial suena incontestable: atraer centros de datos, convertirse en nodo digital del sur de Europa y acelerar la inteligencia artificial con inversión millonaria y empleo cualificado. Todo eso es cierto. Pero falta la pieza obvia: la potencia eléctrica y la red. Sin energía disponible en el punto y momento adecuados, el hormigón y el acero acaban convertidos en activos varados. Europa ha multiplicado los anuncios; ahora debe conectar los megavatios. Y España, que aspira a ser hub, necesita pasar del “build it and they will come” al “wire it and they will run”.

En el plano continental, la magnitud del reto está sobradamente documentada: la potencia TI de centros de datos en Europa pasará de unos 10 GW a ~35 GW en 2030, y su consumo de electricidad superará los 150 TWh —en torno al 5 % de la demanda europea— si se cumple el escenario base. No es un matiz, es un salto de sistema que obliga a redibujar planificación, permisos y financiación de redes, además de la generación baja en carbono que los abastezca.

El espejo europeo que no conviene ignorar

Irlanda ha sido pionera en aplicar el freno: el regulador (CRU) y el operador (EirGrid) condicionaron las nuevas conexiones en Dublín a que los centros de datos aporten generación despachable o almacenamiento equivalentes a su demanda; en la práctica, un parón de nuevas altas en el área metropolitana hasta 2028. La razón no fue ideológica, sino seguridad de suministro.

Países Bajos decretó moratorias (Ámsterdam y Haarlemmermeer) mientras definía reglas nacionales para hiperescalares; hoy mantiene restricciones en ubicaciones sensibles. Alemania, por su parte, ha optado por condicionar: su Ley de Eficiencia Energética (EnEfG) obliga a reutilizar calor (umbral de ERF 10 % en 2026, 15 % en 2027 y 20 % en 2028) y a reportar métricas operativas, en línea con la Directiva europea de Eficiencia Energética (EED), que ya instaura una base de datos de rendimiento y huella hídrica para data centers. Tres modelos, un mensaje: sin red, sin flexibilidad y sin reglas, no hay despliegue sostenible.

España: el hub se juega en la subestación (no en la nota de prensa)

España atesora ventajas obvias —renovables competitivas, posición geográfica y cables submarinos—, pero choca con la red. En Madrid y Barcelona, los informes sectoriales acumulan diagnósticos: estancamiento por saturación de nudos y carril lento para nuevas acometidas, lo que empuja proyectos hacia Aragón, Comunidad Valenciana, Cantabria o Extremadura. En siete meses, el pipeline nacional creció un 20 %, pero la traba es la misma: potencia firmada y plazos de conexión.

La patronal Spain DC lo ha dicho sin rodeos: el 83–85 % de la red se encuentra saturada para nueva demanda y urge un plan de inversión en transporte y distribución si se quiere evitar la fuga de inversiones; el sector cifra en 58.000 millones de euros la ola que España podría capturar esta década… si hay red. Además, el consumo del sector podría triplicarse a ~730 MW en 2026 desde ~200 MW en 2024, una rampa que no cuadra con los tiempos de subestaciones y líneas si no se prioriza.

El apagón ibérico del 28 de abril (con caídas prolongadas en España y Portugal) recordó otra verdad incómoda: la resiliencia de la red es finita y la flexibilidad —almacenamiento, gestión de demanda, servicios de inercia— no es opcional. Levantar granjas de GPU sin completar el ecosistema eléctrico que las soporta es arriesgar por partida doble: por la operación y por la percepción social.

Un plan “power-first” para no perder la ola de la IA

La tesis de este artículo es simple: menos inauguraciones y más conexiones. Esto no va de frenar centros de datos, sino de ordenar su despliegue para que arranquen a tiempo, con energía baja en carbono, estabilidad del sistema y licencia social. Seis propuestas concretas:

  1. Planificación eléctrica con carril prioritario “digital-crítico”. La Planificación 2021–2026 de la red de transporte ya prevé refuerzos, y el Gobierno ha aprobado modificaciones puntuales e inversiones adicionales. Toca etiquetar las actuaciones que habilitan nodos digitales (400 kV donde proceda, mallados y reactancia) y asegurar fecha cierta. En paralelo, abrir el proceso 2025–2030 con mapa público de capacidad para cargas de >10–50 MW.
  2. “Cap auctions” para grandes cargas. Subastar capacidad de red firmada con obligaciones de flexibilidad: BESS de 2–4 horas, respuesta de demanda y curtailment contractual en picos. Irlanda ya exige generación/almacenamiento equivalentes como condición de conexión: España puede adaptar el modelo sin copiarlo.
  3. Firmar verde de verdad. Los PPAs son útiles, pero no bastan si la red no llega. Exigir a grandes proyectos firming: baterías, contratos de capacidad y servicios de estabilidad que aporten inercia y control de tensión. La flexibilidad que reclama el Parlamento Europeo debe aterrizar en pliegos y permisos.
  4. Reutilización de calor y agua, por diseño. Tomar como referencia la EnEfG alemana: recuperar calor en nuevos centros, con objetivos crecientes y trazabilidad; y transparencia hídrica vía la base de datos europea de la EED. La aceptación social mejora cuando el calor calienta barrios y la huella hídrica se mitiga con free-cooling, adiabático controlado o refrigeración líquida.
  5. Política industrial del transformador. El cuello de botella no son solo los megavatios, son los transformadores y equipos de alta y media tensión. Un programa de capacidad para fabricación local —con compras públicas y financiación blanda— encaja con la política de resiliencia que ya guía la planificación.
  6. Una ventanilla única con métricas públicas. Calendario, MW firmes, % de avance de subestaciones y tiempos de conexión deben ser visibles para promotores y para la sociedad. Menos marketing y más Gantt: que cada anuncio vaya acompañado de “fecha de luz” comprometida por el gestor de red y la distribuidora correspondiente.

Europa necesita menos pulsos y más coordinación

Bruselas ha movido ficha con la EED (reporting obligatorio y base de datos), pero la pelota real está en los Estados y sus operadores de red. Si cada región bloquea o improvisa, ganarán los mercados que ofrezcan certeza eléctrica: nudos listos, reglas claras, ventanilla única. La pregunta no es si habrá data centers; los habrá. La pregunta es dónde se enchufan primero.

Para España, la oportunidad es tangible: estudios independientes cuantifican crecimientos x3 en capacidad instalada a 2026 y un salto de decenas de TWh en demanda europea a 2030. Pero la inercia administrativa y la saturación de nudos amenazan con trasladar inversiones a otros hubs de la península o fuera del país. Si la economía del siglo XXI se juega en cómputo e interconexión, no basta con hablar de IA; hay que alimentarla. Literalmente.

El veredicto es claro: anunciar decenas de centros de datos sin potencia firmada es marketing, no política industrial. A estas alturas, el único titular que importa no es “nuevo campus de X MW”, sino “subestación energizada en tal fecha, MW disponibles, contratos de flexibilidad firmados”. Si España quiere ser el hub digital del sur de Europa, que lo demuestre con la red. Porque sin red no hay nube.

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