El futuro de Intel podría estar a punto de dar un vuelco histórico. Según Bloomberg, la Administración Trump está considerando adquirir una participación en la compañía de semiconductores, en un movimiento que refleja la creciente intervención del Estado en industrias estratégicas.
La noticia se conoció después de una reunión entre Donald Trump y Lip-Bu Tan, CEO de Intel, marcada por la polémica: el expresidente habría pedido la dimisión del directivo debido a sus inversiones en empresas tecnológicas chinas con vínculos con el ejército de ese país. Aunque no hay confirmación oficial, el rumor bastó para disparar las acciones de Intel un 7,38% en bolsa.
De socio a accionista: un cambio de paradigma
La intervención directa del Gobierno en una empresa privada de esta magnitud no es habitual en Estados Unidos. Sin embargo, el contexto lo explica. En un momento en el que Washington ve cómo rivales como NVIDIA y AMD dominan el mercado de chips para inteligencia artificial, y mientras China acelera en la carrera tecnológica, Intel se ha convertido en un activo estratégico nacional.
El interés del Ejecutivo se centra menos en sus procesadores y más en su capacidad de fundición. Intel mantiene acuerdos con el Departamento de Defensa para fabricar chips de vanguardia, lo que convierte su estabilidad en un asunto de seguridad nacional.
Dejar caer a Intel implicaría depender de fundiciones extranjeras —en particular de TSMC en Taiwán— para producir chips sensibles para uso militar y gubernamental. Algo inaceptable en el tablero geopolítico actual.
La planta de Ohio, símbolo de la apuesta industrial
Uno de los principales motivos detrás de la posible inyección de capital estatal es la planta de fabricación de semiconductores en Ohio, un proyecto valorado en más de 20.000 millones de dólares. Originalmente llamada a devolver a Intel el liderazgo en manufactura, su puesta en marcha se ha retrasado hasta 2030 o incluso 2031.
La entrada del Gobierno como accionista o socio financiero aceleraría la construcción, dando oxígeno a la compañía y garantizando que EE.UU. mantenga músculo productivo frente al empuje asiático.
En paralelo, se reforzarían otras inversiones en capacidad de fabricación, que podrían incluir subvenciones, licencias preferentes y contratos públicos, tanto en defensa como en inteligencia artificial.
De los 288.000 millones a los 105.000: la caída de un gigante
El declive de Intel explica la urgencia de esta medida. En 2020, la empresa estaba valorada en unos 288.000 millones de dólares. Hoy, su capitalización ronda los 105.000 millones, una caída que refleja retrasos en innovación, pérdida de cuota frente a rivales y dificultades en su transición como fabricante de chips de nueva generación.
La inversión gubernamental no solo busca frenar esa tendencia, sino también proyectar confianza en los mercados internacionales, presentando a Intel como un activo protegido por Washington.
Riesgos de la “nacionalización parcial”
No obstante, el plan no está exento de riesgos. La entrada del Estado podría generar interferencias políticas en decisiones corporativas, tensiones con clientes internacionales y recelos entre inversores privados, preocupados por la pérdida de independencia.
La medida también marcaría un cambio cultural en la política industrial de EE.UU., acercándola al “capitalismo de Estado” más característico de China o incluso de Europa, donde el apoyo público a empresas estratégicas es más habitual.
Un nuevo capítulo en la guerra tecnológica con China
Más allá de lo corporativo, este movimiento debe leerse en clave geopolítica. Washington lleva años intensificando su control sobre las exportaciones de chips avanzados hacia China. Primero, limitando las ventas directas de GPUs de IA. Luego, obligando a NVIDIA, AMD y otros fabricantes a diseñar versiones recortadas para ese mercado.
Incluso se ha hablado de acuerdos que obligan a estas compañías a compartir hasta un 15% de los ingresos obtenidos en China como condición para mantener licencias de exportación.
La posible entrada del Estado en Intel sería un paso más en la misma dirección: blindar las capacidades tecnológicas nacionales y reducir la dependencia del extranjero en un sector que se ha convertido en la piedra angular del poder económico y militar del siglo XXI.
Preguntas frecuentes (FAQ)
1. ¿Por qué EE.UU. quiere invertir en Intel?
Principalmente por su papel como fundición de chips estratégicos para defensa y seguridad nacional, más que por su negocio de procesadores.
2. Qué impacto tendría en Intel esta entrada de capital
Aceleraría proyectos clave como la planta de Ohio, daría estabilidad financiera y reforzaría su imagen como activo estratégico protegido por el Gobierno.
3. Qué riesgos supone este movimiento
Podría generar interferencias políticas en la gestión de la compañía, conflictos con clientes internacionales y desconfianza de inversores privados.
4. Cómo encaja esto en la guerra tecnológica con China
Forma parte de la estrategia de Washington para limitar el acceso chino a chips de vanguardia y reforzar su propia capacidad industrial en un sector crítico.