El Congreso de EE.UU. debate una propuesta para dotar a las tarjetas gráficas de un sistema de seguimiento y bloqueo remoto con el objetivo de frenar su contrabando a países restringidos.
En plena guerra tecnológica por el liderazgo de la inteligencia artificial, Estados Unidos prepara una controvertida ofensiva para limitar la llegada de sus chips más avanzados a China. Legisladores estadounidenses están promoviendo una normativa que obligaría a fabricantes como NVIDIA a incorporar mecanismos de rastreo y desactivación remota en sus GPU, con el fin de impedir su uso fuera de los territorios autorizados, según se publica en Reuters.
Esta medida forma parte de una estrategia más amplia para frenar el contrabando de componentes críticos, que ha alcanzado niveles alarmantes. En los últimos meses, se han registrado intentos surrealistas de introducir GPU en China camufladas entre langostas vivas, en falsos vientres de embarazadas e incluso en contenedores de contrabando tecnológico.
Un rastreador para saber si una GPU termina en China
La propuesta, liderada por el congresista demócrata y exfísico de partículas Bill Foster, no pretende implementar un rastreo GPS de alta precisión, sino un sistema más simple pero efectivo. La idea es que las GPU puedan enviar señales periódicas a servidores seguros; la latencia en la recepción permitiría estimar si están operando en regiones prohibidas.
«Este no es un problema hipotético del futuro. Es real y urgente. En algún momento sabremos que el Partido Comunista Chino está diseñando armas o IA general con nuestros chips», afirmó Foster en una sesión reciente del Congreso.
Una función de desactivación que genera controversia
Además del rastreo, la legislación incluiría la capacidad de apagar remotamente los chips si se detecta que han sido desviados a un país sancionado. La tecnología sería similar a un “cepo digital”: la GPU seguiría físicamente en su ubicación, pero quedaría completamente inoperativa.
Este concepto recuerda a los rumores en torno a los cazas F-35, que supuestamente incluyen un mecanismo de desactivación remoto para evitar su uso contra EE.UU. Aunque no se ha confirmado oficialmente, la lógica detrás de la propuesta es la misma: mantener el control sobre la tecnología crítica una vez exportada.
NVIDIA asegura que no es posible, pero Google demuestra lo contrario
NVIDIA ha declarado anteriormente que “no es posible rastrear los productos una vez vendidos”, en respuesta a preguntas sobre el uso de sus sistemas Jetson en el mercado gris. Sin embargo, empresas como Google ya monitorizan activamente la ubicación de sus aceleradores de IA en centros de datos por razones de seguridad, lo que deja en evidencia que técnicamente sí es viable.
El proyecto legislativo, si se aprueba, no solo afectará a NVIDIA, sino también a fabricantes como AMD e Intel, que podrían ser arrastrados por efecto colateral.
Implicaciones éticas y empresariales
El debate sobre el control remoto de hardware plantea interrogantes éticos y comerciales importantes. ¿Es legítimo que un país pueda bloquear a distancia un producto por el que un cliente ha pagado millones? ¿Qué pasa si EE.UU. decide un día cortar el acceso por razones políticas o estratégicas? Este tipo de restricciones podría dañar la confianza en la industria tecnológica estadounidense y abrir la puerta a desarrollos alternativos en otros países, especialmente China.
La medida también puede tener consecuencias en la industria del hardware, donde los integradores y distribuidores podrían buscar alternativas no rastreables para evitar la dependencia tecnológica de EE.UU., algo que ya ocurre en sectores como la aviación o el equipamiento militar.
¿Seguridad o control total?
La intención de Washington es clara: evitar que su tecnología más avanzada se use para competir o amenazar sus intereses estratégicos. Sin embargo, la implementación de una tecnología de rastreo y apagado remoto también abre la posibilidad de un control total del ciclo de vida del hardware, incluso después de su venta.
Si la normativa prospera, los futuros chips de IA podrían llevar de fábrica un interruptor digital controlado por el Gobierno de EE.UU., lo que marcaría un antes y un después en la soberanía tecnológica global.