Centros de datos de IA: la revolución digital que amenaza con un apagón global

Un boom que la red eléctrica no puede sostener

La explosión de la inteligencia artificial ha traído consigo una carrera sin precedentes por construir centros de datos cada vez más grandes y potentes. Estos gigantes tecnológicos, conocidos como hyperscale datacenters, son las “fábricas digitales” del siglo XXI. Dentro de ellos, miles de procesadores gráficos (GPUs) trabajan en paralelo para entrenar modelos de lenguaje como ChatGPT, Gemini o Claude, que requieren ingentes cantidades de potencia de cálculo.

El problema es que este auge choca de frente con una realidad incómoda: la infraestructura eléctrica mundial no está preparada para absorber semejante demanda en tan poco tiempo. Tradicionalmente, la expansión del consumo energético seguía una curva previsible, que permitía a gobiernos y compañías eléctricas planificar nuevas centrales, líneas de transmisión y refuerzos en la red. Pero la irrupción de la IA ha roto esa previsibilidad.

Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), el consumo energético de los centros de datos, incluyendo los destinados a IA, representaba en 2022 alrededor del 2 % de la demanda mundial de electricidad. Las proyecciones para 2030 duplican esa cifra, con un volumen que se acercará a 1.000 TWh anuales. Para hacerse una idea, eso equivale al consumo eléctrico de un país entero como Japón o Alemania.

El caso de Estados Unidos es especialmente ilustrativo. Allí, los operadores de red como PJM Interconnection, responsables de garantizar el suministro en 13 estados del este del país, han encendido las alarmas. Sus informes más recientes apuntan a que, si el ritmo de construcción de centros de datos continúa al mismo nivel, en apenas cinco años se generará un déficit estructural: habrá más demanda que capacidad real de generación y distribución.

Este desequilibrio no es un problema abstracto. Tiene consecuencias directas:

  • Aumento de precios de la electricidad, con repercusión en hogares y empresas.
  • Riesgo de apagones o cortes programados en regiones donde la red no soporte los picos de consumo.
  • Mayor presión ambiental, ya que para compensar la demanda se activan centrales de carbón o gas de respuesta rápida, con altas emisiones de CO₂.

El boom de la IA se ha convertido, de hecho, en un fenómeno comparable a las revoluciones industriales pasadas. Si en el siglo XIX las fábricas textiles o siderúrgicas transformaron el uso del carbón, hoy son los servidores los que redefinen cómo y cuánta energía necesitamos. La diferencia está en la velocidad: lo que antes se desplegaba en décadas, ahora ocurre en cuestión de dos o tres años.

No se trata solo de un desafío técnico, sino de un cambio estructural en la relación entre digitalización y energía. Mientras la sociedad exige sostenibilidad y transición verde, la inteligencia artificial plantea un dilema: ¿cómo alimentar una tecnología que promete eficiencia y progreso sin poner en jaque la estabilidad energética del planeta?

Estados Unidos, laboratorio del colapso energético

El caso más evidente de la tensión entre inteligencia artificial y energía se vive en Estados Unidos. El país, que concentra algunos de los mayores centros de datos del mundo, está viendo cómo su red eléctrica se acerca a un punto crítico.

En Virginia, epicentro global de la nube con más de 275 centros de datos en el condado de Loudoun, la demanda eléctrica crece a tal ritmo que la compañía Dominion Energy ha tenido que retrasar el cierre de plantas de carbón y gas, lo que contradice los objetivos climáticos.

El operador PJM Interconnection, responsable de 13 estados, advierte que los nuevos proyectos de IA demandarán en pocos años 10 GW adicionales de potencia, el equivalente a toda la capacidad eléctrica de Maryland. Esta previsión ha llevado a Wall Street a alertar que “el verdadero cuello de botella para la IA no serán los chips, sino la electricidad barata y abundante”.

Incluso se están reactivando proyectos nucleares olvidados, como Three Mile Island, ahora bajo el interés de Microsoft para alimentar sus centros de datos. Mientras tanto, el ciudadano medio ya empieza a sentir la presión: en 2025, estados como Maine (+36 %) y Connecticut (+18,4 %) sufrieron fuertes subidas en la factura eléctrica.

Estados Unidos se convierte así en el laboratorio de un problema que pronto será global: cómo sostener la revolución de la inteligencia artificial sin colapsar la red energética ni encarecer la vida cotidiana.

¿Qué está ocurriendo detrás de los bastidores?

La cara oculta de la inteligencia artificial no son los algoritmos, sino la infraestructura que los sostiene. El funcionamiento de un centro de datos moderno explica esta voracidad energética:

  • Miles de GPUs de alto rendimiento trabajan sin descanso, 24 horas al día, para entrenar y ejecutar modelos como GPT o Gemini. Cada chip puede consumir cientos de vatios, y juntos representan la demanda eléctrica de una pequeña ciudad.
  • Los sistemas de refrigeración son otro gran consumidor. Mantener las temperaturas bajo control requiere tanta energía como los propios servidores, y en muchos casos también ingentes cantidades de agua para enfriamiento.
  • La redundancia eléctrica añade más presión: generadores diésel y baterías de respaldo garantizan que la actividad nunca se detenga, incluso ante apagones o fallos en la red.

En la práctica, una sola instalación de hiperescala puede llegar a consumir más electricidad que una ciudad de 100.000 habitantes. Y lo preocupante es que, a medida que la IA se expande, la curva de demanda no crece de forma lineal, sino exponencial, lo que anticipa tensiones cada vez más graves en la red.

Las grandes tecnológicas construyen sus propias plantas de energía

Ante la incapacidad de las redes públicas para sostener la demanda, las grandes tecnológicas han comenzado a dar un paso inédito: convertirse en productoras de energía. Lo que antes era un sector reservado a utilities y gobiernos, hoy empieza a ser parte del modelo de negocio de compañías como Microsoft, Google, Amazon o Meta.

En Estados Unidos ya se negocian acuerdos para levantar centrales nucleares modulares (SMR) capaces de abastecer exclusivamente a parques de servidores de IA. Microsoft, por ejemplo, contrató a un equipo de ingenieros nucleares para evaluar la viabilidad de integrar reactores pequeños y seguros junto a sus instalaciones.

Paralelamente, Amazon Web Services (AWS) ha invertido en plantas solares y eólicas dedicadas, con el objetivo de garantizar energía limpia para su red global, aunque expertos advierten que estas soluciones no siempre logran cubrir la intermitencia de la demanda.

El movimiento no se limita a renovables o nuclear. En Virginia, epicentro de la nube, algunos operadores de centros de datos mantienen activos generadores diésel masivos como respaldo continuo, pese a las críticas medioambientales. Y en Asia, Alibaba y Tencent exploran la construcción de hidroeléctricas privadas en regiones montañosas de China.

El mensaje es inequívoco: las grandes tecnológicas ya no confían plenamente en los sistemas eléctricos nacionales y avanzan hacia un escenario en el que los megacentros de datos serán al mismo tiempo consumidores y productores de energía, marcando un cambio profundo en el equilibrio de poder entre industria digital y sector energético.Se trata de un giro histórico: las tecnológicas ya no solo compiten en algoritmos, también en megavatios.

Impacto directo en ciudadanos y empresas

La explosión de centros de datos de IA llega en un momento delicado: el de la transición energética hacia un futuro descarbonizado. Europa y Estados Unidos se han fijado metas ambiciosas para reducir emisiones, pero la demanda voraz de los hiperescaladores amenaza con desbordar esos planes.

Cada megavatio destinado a un centro de datos es un megavatio que no puede emplearse en electrificar hogares, industrias o el transporte. En Irlanda, por ejemplo, organizaciones ciudadanas denuncian que los compromisos climáticos nacionales están en riesgo porque los centros de datos consumen ya más del 18 % de la electricidad del país.

La tensión no es solo ecológica, también social. En los Países Bajos, comunidades rurales han protestado contra la instalación de gigantescas naves tecnológicas en terrenos agrícolas, mientras que en Brasil y Chile surgen dudas sobre el impacto en el precio de la electricidad para los hogares en tiempos de sequía.

El dilema es evidente: la IA promete productividad, innovación y nuevos empleos, pero al mismo tiempo amenaza con ralentizar la transición verde y aumentar la factura energética de los ciudadanos. Los gobiernos, presionados por la urgencia climática y la competencia global, deberán encontrar un equilibrio entre alimentar a la inteligencia artificial y garantizar energía limpia y asequible para la población.

Europa, Asia y Latinoamérica: un futuro espejo

La presión energética de la inteligencia artificial no es exclusiva de Estados Unidos. Irlanda, convertida en un hub europeo de datos, ha tenido que imponer límites a nuevas conexiones de centros de datos porque su red eléctrica no tiene capacidad suficiente para absorber más demanda.

En los Países Bajos, los proyectos de Google y Microsoft se han topado con un creciente rechazo ciudadano: la población cuestiona el consumo masivo de agua y energía de unas instalaciones que, según denuncian, aportan pocos beneficios locales frente al coste ambiental.

Mientras tanto, China acelera en la dirección opuesta, levantando gigantescos parques solares, hidroeléctricos y nucleares para sostener su expansión en IA en provincias como Guizhou, donde busca construir un “Silicon Valley” de la computación en la nube.

En Latinoamérica, países como Brasil y Chile ven en los centros de datos una oportunidad económica y de inversión extranjera, pero su fragilidad estructural es evidente: redes envejecidas y una fuerte dependencia de hidroeléctricas que, en épocas de sequía, dejan a la industria en situación de riesgo.

La advertencia es clara: lo que ocurre hoy en Estados Unidos es apenas el primer capítulo de una historia global, en la que la IA amenaza con reconfigurar no solo la economía digital, sino también el mapa energético del planeta.

El dilema ambiental: sostenibilidad vs. velocidad

La paradoja es evidente. La IA se promociona como herramienta para acelerar la transición energética —optimizando redes, prediciendo consumos o gestionando renovables—, pero a la vez puede retrasarla al absorber gran parte de la energía disponible.

El riesgo es caer en una espiral donde el crecimiento digital frene los objetivos climáticos. La pregunta que flota es: ¿será posible un equilibrio entre innovación tecnológica y sostenibilidad?

Soluciones en debate

Las respuestas pasan por un abanico de estrategias:

  1. Energía nuclear y geotérmica como pilares estables para centros de datos.
  2. Gestión dinámica de la demanda: ajustar cargas según disponibilidad renovable, actuando como “baterías virtuales”.
  3. Ubicación estratégica: instalar centros cerca de fuentes abundantes de energía limpia, como Islandia (geotermia) o Noruega (hidroeléctrica).
  4. Eficiencia tecnológica: nuevos chips más eficientes y algoritmos que reduzcan el cómputo necesario para entrenar modelos IA.

Una carrera contra el reloj

El tiempo se ha convertido en el recurso más escaso en la ecuación energética de la inteligencia artificial. Mientras la demanda de cómputo crece de forma exponencial, las infraestructuras eléctricas avanzan a un ritmo mucho más lento, con proyectos de ampliación de redes que suelen tardar entre 5 y 10 años en completarse.

Las grandes tecnológicas, impulsadas por la urgencia de entrenar modelos cada vez más potentes, no pueden esperar a que los gobiernos refuercen la red. Por eso han optado por acelerar la construcción de plantas privadas, firmar contratos de compra de energía a décadas vista (PPAs) o incluso explorar soluciones extremas como los reactores nucleares modulares y la generación in situ con hidrógeno verde.

El problema es que cada mes de retraso en la infraestructura pública aumenta la brecha. Si la IA avanza más rápido que la capacidad de generación y transporte eléctrico, el resultado podría ser un colapso parcial de redes nacionales, apagones localizados o subidas de precios que impacten directamente en hogares e industrias.

En este tablero global, gobiernos y empresas están jugando una carrera contra el reloj: ¿será capaz la energía de seguir el paso a la inteligencia artificial, o se convertirá en el freno de la próxima revolución tecnológica?

Preguntas frecuentes (FAQ)

1. ¿Cuánto consume un centro de datos de IA?
Una instalación de hiperescala puede llegar a consumir más energía que una ciudad de 100.000 habitantes, debido a miles de GPUs trabajando en paralelo y sistemas de refrigeración intensivos.

2. ¿Por qué las tecnológicas construyen sus propias plantas eléctricas?
Porque las redes actuales no pueden suministrar suficiente energía con rapidez. Plantas propias, incluso nucleares, garantizan seguridad y estabilidad para su expansión.

3. ¿Cómo afecta este boom al ciudadano común?
Se refleja en subidas en la factura de luz y en mayores costes de salud pública por el uso de energía fósil y generadores diésel cerca de centros urbanos.

4. ¿Es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos?
No. Irlanda, Países Bajos, China o Brasil también enfrentan limitaciones eléctricas por la expansión acelerada de centros de datos IA.

5. ¿Puede la IA ayudar a resolver esta crisis?
Sí. Aplicada a la gestión energética, la IA puede optimizar redes, mejorar la predicción de demanda y favorecer la integración de renovables. El reto es que su consumo no supere esas ventajas.

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