El viaje de los fundadores, la transformación de una misión altruista en una superpotencia tecnológica y los nuevos jugadores que están marcando el futuro de la IA, impulsados por una infraestructura invisible: los centros de datos.
OpenAI nació en diciembre de 2015 como un experimento ambicioso: desarrollar inteligencia artificial general (AGI) de forma segura y en beneficio de la humanidad. Sus fundadores —entre ellos Sam Altman, Ilya Sutskever, Greg Brockman, Wojciech Zaremba y Elon Musk— plantearon un modelo sin ánimo de lucro, alejado del secretismo y el control corporativo de las big tech. Sin embargo, el trayecto desde esos ideales fundacionales hasta convertirse en un gigante tecnológico ha sido tan transformador como controvertido.
Hoy, OpenAI lidera el desarrollo de modelos avanzados como GPT-4o, DALL·E y ChatGPT, y ha protagonizado una de las alianzas estratégicas más relevantes del sector con Microsoft. Pero detrás del fulgor mediático y del crecimiento acelerado, la historia de OpenAI es también la de una industria marcada por decisiones éticas, tensiones internas y una carrera geopolítica por la supremacía algorítmica.
Los fundadores: evolución y ruptura
De los once fundadores originales, solo tres siguen vinculados a la compañía, mientras que otros han emprendido nuevos proyectos igualmente ambiciosos:
- Sam Altman sigue siendo la cara visible de OpenAI, aunque en noviembre de 2023 fue brevemente destituido antes de ser reinstalado por presión del consejo y del equipo.
- Ilya Sutskever, figura clave en el desarrollo técnico, dejó la organización en 2024 para fundar Safe Superintelligence Inc., dedicada exclusivamente al desarrollo de AGI segura.
- Greg Brockman, cofundador y presidente, se encuentra actualmente en excedencia.
- Elon Musk abandonó en 2018 por conflictos con Tesla y se ha convertido en crítico acérrimo del giro comercial de OpenAI.
- Otros nombres destacados como John Schulman, Durk Kingma o Pamela Vagata también han salido, algunos hacia proyectos como Anthropic o Google DeepMind.

De sin ánimo de lucro a superpotencia de capital
En 2019, OpenAI adoptó una estructura “capped-profit” que le permitía recibir inversión privada sin renunciar por completo a su misión original. Esta fórmula híbrida atrajo a Microsoft, que ha invertido más de 10.000 millones de dólares y ha integrado los modelos de OpenAI en productos clave como Bing y Azure.
El lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022 disparó la notoriedad de la compañía, que ha alcanzado más de 6.600 millones de dólares en financiación y una de las valoraciones más altas del sector. Pero este crecimiento también ha intensificado los debates sobre la gobernanza, la transparencia y el impacto de la inteligencia artificial en la sociedad.
La infraestructura invisible: los centros de datos
Detrás de cada avance en IA hay una infraestructura crítica que a menudo pasa desapercibida: los centros de datos. El entrenamiento de modelos como GPT-4o requiere una potencia de cálculo colosal, que solo puede sostenerse con una arquitectura distribuida de alta densidad, refrigeración avanzada y conectividad de baja latencia.
David Carrero, cofundador de Stackscale (Grupo Aire) —proveedor europeo de infraestructura cloud y bare-metal—, subraya:
“El auge de la IA está poniendo a prueba la capacidad global de los centros de datos. No se trata solo de tener más servidores, sino de ofrecer entornos eficientes, seguros y sostenibles que soporten cargas de trabajo complejas durante semanas o meses.”
Carrero insiste en que Europa debe desarrollar su propia capacidad soberana de cómputo si quiere competir en igualdad con gigantes como EE.UU. o China:
“La IA necesita datos, energía y control. Si no tenemos soberanía sobre la infraestructura, tampoco la tendremos sobre las decisiones que toman los algoritmos.”
Nuevos jugadores en el tablero de la IA
La salida de figuras clave de OpenAI ha dado lugar a una explosión de nuevas iniciativas que configuran un ecosistema diverso y en plena ebullición:
- Anthropic: fundada por Dario y Daniela Amodei, ex-OpenAI. Su modelo Claude ya compite con GPT-4.
- xAI: el proyecto de Elon Musk busca crear una IA “máximamente curiosa” y está integrada con los productos de X (antes Twitter).
- Cohere: fundada por ex-Google Brain, orientada al uso empresarial de modelos de lenguaje.
- Mistral AI: con sede en París, promueve un enfoque open source, y su modelo Mixtral está ganando tracción en comunidades técnicas.
- Google DeepMind: tras fusionarse con Google Brain, compite con Gemini frente a GPT.
- Meta AI: apuesta por la apertura con modelos como LLaMA, en un enfoque radicalmente distinto al de OpenAI.
- Inflection AI: fundada por Mustafa Suleyman, ex-DeepMind, busca crear asistentes conversacionales hiperrealistas.
Conclusión: poder, propósito y hardware
La historia de OpenAI es también la historia del dilema entre propósito y poder, entre ética y escalabilidad. Y detrás de cada innovación hay una capa subyacente de cables, racks, clústeres y datacenters que hace posible la revolución algorítmica.
El debate sobre el futuro de la IA no se limita al software. Como concluye David Carrero:
“No hay inteligencia artificial sin centros de datos. Y no hay soberanía digital sin infraestructura propia. La próxima gran batalla no es solo de modelos, sino de quién controla el hardware que los ejecuta.”
La pregunta clave ya no es solo qué modelo dominará el mercado, sino quién lo entrenará, con qué datos, desde qué servidores… y con qué valores.