Mantas de diamante para chips: así quiere la industria enfriar la próxima generación de procesadores y GPU

El salto de potencia informática de los últimos años ha traído un peaje cada vez más difícil de pagar: el calor. A medida que los transistores a escala nanométrica conmutan a gigahercios y las arquitecturas se apilan en vertical, los puntos calientes dentro del chip pueden elevarse decenas de grados por encima del resto del circuito, forzando reducciones de frecuencia y acortando la vida útil de los dispositivos. Las soluciones clásicas —ventiladores, radiadores, cámaras de vapor, incluso refrigeración líquida o inmersión— rinden, pero llegan tarde: el calor ya ha nacido dentro del silicio. La pregunta de fondo es obvia: ¿y si pudiéramos difundir ese calor desde dentro, a nanómetros del transistor, antes de que se concentre?

Un equipo de la Universidad de Stanford, liderado por la profesora Srabanti Chowdhury, asegura haber encontrado una vía práctica con un material tan inesperado como prometedor: diamante. No el de joyería —monocristalino y grueso—, sino un diamante policristalino depositado en forma de película finísima, del orden de micras, crecido directamente sobre los dispositivos a solo 400 °C. Ese umbral importa: por debajo de 1.000 °C ya no se destruyen interconexiones ni dieléctricos del “backend” de los chips modernos. Si funciona a escala industrial, el concepto de “manta” o andamiaje térmico de diamante podría rebajar drásticamente las temperaturas internas y liberar margen para más rendimiento, más integración en 3D y menos consumo.

Por qué diamante, y por qué ahora

El diamante es un viejo conocido en gestión térmica por una propiedad clave: su conductividad térmica puede superar los 2.200–2.400 W/m·K en monocristal, hasta seis veces la del cobre. En policristal, accesible a procesos industriales, los mejores valores se mueven típicamente en el rango de 300–2.200 W/m·K, aún muy por encima del silicio y de la mayoría de dieléctricos de los chips. Además, es aislante eléctrico y presenta constante dieléctrica baja, lo que minimiza la penalización en señal al integrarlo donde hoy hay materiales aislantes convencionales.

El obstáculo, hasta ahora, era de proceso: crecer diamante de alta calidad exigía temperaturas que arruinaban el resto del circuito. La novedad de Stanford llega por dos frentes: granulometría controlada desde el inicio —cristales grandes que conducen bien en horizontal, no “bosques” de columnas ineficientes— y baja temperatura de crecimiento (≈ 400 °C), gracias a una química de deposición que añade oxígeno para “limpiar” el carbono no diamante durante el propio crecimiento. El resultado es una capa envolvente que puede cubrir también los laterales de dispositivos 3D, acercando un “difusor térmico” a nanómetros del foco de calor.

Un puente invisible para el calor: el truco del carburo de silicio

Integrar materiales distintos introduce casi siempre un cuello de botella: la resistencia térmica de interfase (TBR). En ese límite, los fonones —los “paquetes” de vibración que transportan el calor— rebotan si las redes cristalinas no “conversan” bien, encallando el flujo térmico. El grupo de Chowdhury observó algo inesperado al crecer diamante sobre dispositivos GaN con nitruro de silicio como capa de recubrimiento: la TBR caía a valores récord. La explicación llegó al estudiar la interfaz: se formaba carburo de silicio (SiC) por intermezcla, actuando como “puente fonónico” entre ambos mundos. Ese detalle, más propio de una historia de ciencia básica, tuvo impacto inmediato: mejoró de forma notable la evacuación de calor sin arruinar el funcionamiento de los transistores.

Primer banco de pruebas: transistores GaN de radiofrecuencia

Los HEMT de GaN son candidatos ideales para estrenar una tecnología de gestión térmica: son tridimensionales, trabajan a altísimas densidades de potencia y su canal electrónico —el que se calienta— está a decenas de nanómetros de la superficie. Si algo “rompe” la física del dispositivo, se ve de inmediato en medida.

Con una “manta” de diamante policristalino de micras de espesor envolviendo el transistor y sin rebasar los 400 °C en proceso, los resultados fueron llamativos: descensos de temperatura de canal del orden de 50–70 °C y mejora de prestaciones en banda X (entorno de 8–12 GHz) cuando el dispositivo trabajaba menos caliente. No todo fue gratis: ciertos parámetros de alta frecuencia cayeron ligeramente, pero el balance térmico —y, por tanto, la fiabilidad— mejoró lo suficiente como para atraer la atención de agencias y fabricantes.

Mirando al silicio: andamiaje térmico para el apilado 3D

El verdadero campo de batalla, no obstante, está en los chips de cómputo CMOS y en su futuro apilado en 3D. Memorias de alto ancho de banda (HBM) y aceleradores de inteligencia artificial ya se apilan en varias “plantas”, un esquema que promete rendimiento pero multiplica el problema térmico: hay que extraer calor de cada capa, no solo de la superior.

Aquí aparece el concepto de “andamiaje térmico”: intercalar capas finísimas de diamante dentro del “backend” del chip, justo encima de los transistores, para difundir lateralmente el calor y conectarlas entre sí mediante pilares térmicos (de cobre o del propio diamante) que lo conduzcan en vertical hacia otras capas difusoras y, de ahí, al disipador o al circuito de refrigeración. En prototipos con cargas calientes de prueba que simulan trabajo real, este andamiaje redujo la temperatura hasta una décima de la registrada sin la estructura, un descenso que no se logra con disipadores externos porque ya llegan tarde al foco del problema.

¿Y las soluciones actuales? Siguen siendo necesarias, pero no suficientes

La industria no parte de cero: disipadores más densos, ventiladores más eficientes, cámaras de vapor optimizadas, líquidos que circulan por microcanales, materiales de cambio de fase o incluso inmersión en fluidos dieléctricos han elevado el listón. El límite es que todas estas técnicas atacan el calor después de generarse, y a distancia de los transistores. En chips apilados como “rascacielos de silicio”, el calor que no se disuelve dentro difícilmente se rescata fuera. La promesa del diamante es complementar ese arsenal acercando la gestión térmica a la fuente.

Industria y defensa, alineadas por una vez

El problema del calor no entiende de competidores. De ahí que al trabajo de Stanford se hayan acercado fabricantes y proveedores que pocas veces comparten mesa: Applied Materials, Samsung, Micron o TSMC, entre otros. En paralelo, la DARPA empuja con su programa THREADS (Technologies for Heat Removal in Electronics at the Device Scale), focalizado en enfriar a escala de dispositivo módulos de potencia y amplificadores de RF con densidades de potencia 6–8 veces superiores a las actuales. La motivación es clara: en defensa, el margen térmico es rendimiento y fiabilidad.

Los números que importan (y cómo leerlos)

  • Conductividad térmica: el diamante monocristalino alcanza 2.200–2.400 W/m·K; el policristalino de alta calidad puede moverse entre 300 y 2.200 W/m·K según espesor, orientación y proceso. El cobre ronda 400 W/m·K.
  • Temperatura de proceso: bajar de ≈ 900–1.000 °C a ≈ 400 °C es lo que abre la puerta a integrarlo en chips terminados sin “freír” interconexiones.
  • Interfase: la aparición de SiC en la frontera diamante/nitruro de silicio/GaN reduce la TBR a valores récord (orden de m²·K/GW muy bajos), lo que desencalla el flujo de fonones.
  • Efecto práctico: –50 a –70 °C en dispositivos RF medidos; ≈ –90 % en prototipos de andamiaje térmico para pilas 3D con cargas térmicas de prueba.

Qué falta por resolver

No todo está hecho. Un reto clave es alcanzar superficies atómicamente planas en la parte superior del recubrimiento de diamante, imprescindibles para seguir apilando metal y dieléctricos en el “backend” sin defectos. La repetibilidad a escala de oblea, la variabilidad de grano en geometrías complejas y el encaje con flujos estándar de fabricación (BEOL) también exigen trabajo fino. Son problemas de ingeniería, no de física imposible, y por eso el interés industrial crece: si el proceso escala, el camino hacia pilas 3D más frías y chips más densos se despeja.

Por qué esto encaja con la era de la IA

La demanda térmica no viene solo de la computación clásica. Los aceleradores para IA generativa alcanzan densidades de potencia que exprimen cualquier sistema de refrigeración. Hay cifras que hablan por sí mismas: servidores GPU de nueva generación coquetean con consumos cercanos a 15 kW por chasis; apilar memorias HBM alrededor de chips lógicos multiplica caminos de calor y limita el escalado si no se abre un carril adicional para disiparlo. Llevar diamante al interior del chip no sustituye a la refrigeración líquida de un centro de datos, pero alivia los picos donde nacen, que es lo que termina marcando el reloj del rendimiento.

Qué podría significar para el usuario (y para el sector)

  • Más rendimiento sostenido: menos “thermal throttling” en cargas largas.
  • Mayor fiabilidad: operar más frío reduce fugas, electromigración y envejecimiento de materiales.
  • Chasis más compactos: si se difunde el calor desde dentro, quizá se pueda ahorrar metal y volumen fuera.
  • Nuevas arquitecturas en 3D: resolver el cuello térmico capa a capa habilita apilados más altos y rutas de señal más cortas.

Editorial: una vía pragmática para ganar tiempo al calor

Durante años, la industria ha fantaseado con transistores de diamante. Quizá lleguen en nichos, pero no hacen falta para ganar esta batalla. El enfoque de “diamante como dieléctrico térmico” parece más realista: respeta la electrónica existente, se apoya en química conocida y añade una funcionalidad donde hoy hay materiales que aislan pero no ayudan. Si, como sugieren las primeras pruebas, se puede escalar el proceso y controlar la interfaz, es razonable esperar que “las mantas de diamante” se conviertan en una pieza más —crítica— del puzle térmico de la próxima década.


Preguntas frecuentes

¿El diamante “dentro” del chip sustituye a los disipadores y la líquida “fuera”?
No. Actúa en origen, difuminando los picos donde nace el calor, y complementa a los sistemas externos. Juntos, permiten más margen antes de que aparezca el estrangulamiento térmico.

¿Por qué importa tanto bajar la TBR en la interfaz?
Porque, aunque el diamante sea excelente conductor, si en la frontera con el chip los fonones rebotan, el flujo de calor se atasca. Formar SiC en la interfaz crea un “puente” que facilita ese paso y desbloquea el beneficio del diamante.

¿Se puede integrar en chips lógicos avanzados (CMOS) sin romper el proceso?
Esa es la promesa del crecimiento a ≈ 400 °C: estar por debajo del umbral que daña interconexiones y dieléctricos, y hacerlo dentro del flujo de fabricación del “backend”. Queda ingeniería por resolver (planitud, variabilidad), pero el camino es compatible.

¿Dónde tendría más impacto a corto plazo?
En RF de alta potencia (GaN HEMT) y en apilados 3D de cómputo y memoria (HBM + lógica), donde los puntos calientes y las rutas térmicas largas son hoy el principal freno.


Fuentes
• Artículo de análisis y divulgación técnica sobre crecimiento de diamante policristalino a baja temperatura para “mantas térmicas” en RF y CMOS, con resultados en GaN HEMT, andamiaje térmico 3D y colaboraciones con la industria.
• Programa DARPA THREADS sobre extracción de calor a escala de dispositivo en RF de alta potencia.
• Estudio con récord de baja TBR en la interfaz diamante/Si₃N₄/GaN, clave para el “puente fonónico” basado en SiC.
• Investigación sobre intercapas de diamante y pilares térmicos para SoC y apilado 3D, con rangos de conductividad de diamante policristalino y pruebas de concepto de “thermal scaffolding”.
• Cobertura divulgativa reciente del método de “manta de diamante” y sus reducciones de temperatura en pruebas y simulaciones.

vía spectrum.ieee.org

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