La máquina desarrollada junto al Laboratorio Nacional de Argonne alcanza los dos exaflops y se convierte en símbolo de innovación, colaboración y resiliencia
En un hito que redefine los límites de la computación, Intel y el Laboratorio Nacional de Argonne han inaugurado oficialmente el superordenador Aurora, un sistema exaescala capaz de ejecutar más de dos mil billones de operaciones por segundo. Detrás de esta proeza técnica hay más de una década de trabajo, desafíos imprevistos y una colaboración sin precedentes que ha transformado tanto a la tecnología como a las personas que la han hecho posible.
De un rack encendido al salto exaescala
El primer destello de vida en uno de los blades de producción, en el laboratorio JF5 de Intel en Oregón, fue descrito por Olivier Franza —arquitecto jefe del sistema— como «más que hardware encendiéndose: fue el primer vistazo a una máquina histórica». Aurora no es solo un cúmulo de silicio y cables; es una plataforma de descubrimiento científico que ya se está utilizando para investigaciones pioneras en modelado climático, lucha contra el cáncer y física cuántica.
El sistema forma parte de iniciativas como el Trillion Parameter Consortium, donde potencia modelos de inteligencia artificial a gran escala como AuroraGPT, diseñado para acelerar el descubrimiento científico en colaboración con laboratorios nacionales.
Un reto técnico y humano sin precedentes
Lograr un superordenador de estas características ha supuesto un reto sin igual para Intel. “Nunca habíamos abordado un proyecto de esta envergadura”, reconoce Franza. Desde decisiones arquitectónicas clave hasta la integración de memorias de alto ancho de banda y aceleradores avanzados, cada paso supuso una prueba.
A ello se sumaron dificultades como las interrupciones en la cadena de suministro provocadas por la pandemia de COVID-19 en 2019, problemas térmicos y bugs de difícil rastreo que consumieron meses de depuración. No obstante, como recuerda Bill Wing, director del programa Aurora en Intel, “equipos multidisciplinares de Intel trabajaron incansablemente, incluso durante semanas en los laboratorios subterráneos de Chicago”.

Una colaboración sin barreras
El éxito de Aurora no se explica sin el trabajo codo a codo con Argonne, algo poco habitual en el enfoque tradicional de Intel. Los ingenieros de ambas organizaciones depuraron el sistema juntos, compartieron aprendizajes y, sobre todo, construyeron una relación basada en la confianza y la escucha activa.
“Esto no iba solo de enviar tecnología, sino de escuchar profundamente al cliente”, apunta Wing. «No hubo problemas pequeños, todos se atendieron con urgencia y humildad».
Tecnología puntera al servicio de la ciencia
Entre los logros técnicos más destacados está la maduración de oneAPI, el conjunto de herramientas unificadas de Intel para desarrollo heterogéneo, que fue optimizado gracias al feedback de Argonne. También lo fue la integración de la plataforma de almacenamiento abierta DAOS, crucial para gestionar la enorme cantidad de datos generados por Aurora.
Aurora no es únicamente un superordenador, sino una plataforma de inteligencia artificial y computación de alto rendimiento destinada a tener impacto en biología, energía, exploración espacial, fusión nuclear e incluso computación cuántica.
Más allá del hardware: una transformación cultural
“Construir Aurora nos ha transformado como ingenieros, como líderes y como personas”, confiesa Franza. La travesía requirió no solo conocimiento técnico, sino también una cultura de resiliencia, empatía y liderazgo compartido. “Lo que nos mantuvo unidos fue el espíritu de equipo y el compromiso con el cliente”, añade.
El proyecto ha sido también una llamada de atención sobre la importancia del cuidado del bienestar del equipo en iniciativas de alta presión. “Liderar significa saber cuándo empujar y cuándo parar para proteger a las personas”, reflexiona Wing.
Un legado para futuras generaciones
Aurora ya está operativa y lista para impulsar descubrimientos que, durante años, fueron inalcanzables. Pero su mayor legado podría no ser únicamente lo que haga, sino cómo se construyó. Un testimonio de que, cuando la imaginación, la ingeniería y el compromiso humano convergen, lo imposible deja de serlo.
“Este proyecto fue una apuesta por el futuro”, concluye Wing. “Y saber que nuestro trabajo servirá para inspirar y habilitar avances durante generaciones es profundamente gratificante”.
vía: newsroom.intel.com